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ARTÍCULOS DE OPINIÓN

MARIHUANA, LA ETERNA CONTROVERSIA

José A. García del Castillo

No cabe duda de que estamos en constante búsqueda de nuevas soluciones a los males que atosigan el cuerpo, al igual que en una enconada lucha, también imperecedera, de buscar nuevas sensaciones para mitigar los males del “espíritu” o de la ociosidad mal entendida que, en muchas ocasiones, son las responsables directas de multitud de problemas que se personalizan en obsesiones y adicciones. Desde mucho antes de tener la capacidad científica de investigar los efectos y consecuencias de las plantas, hemos estado ingiriéndolas como fórmula mágica para gran cantidad de enfermedades del cuerpo y del alma. Después la ciencia, ha ido dictando, implacable, qué era lo que beneficiaba y qué lo que perjudicaba a los mortales. No podemos aseverar que ha sido siempre infalible en sus conjeturas o en sus afirmaciones porque todos sabemos, por ejemplo, que hace unos años el aceite de oliva no se consideraba beneficioso para la salud -así como otros alimentos entre los que podíamos encontrar a la sabrosa sardina- que han pasado de estar proscri-tos a ser demostradamente saludables.

Entre las cuestiones que persisten, y que de alguna forma conviven en el espacio y en el tiempo, tenemos las relacionadas con el coste-beneficio de algunas sustancias, las que por una parte son altamente aliviadoras del malestar y, por otra, probada-mente proclives a enturbiar nuestra salud, como es el caso de la marihuana y otros derivados del cáñamo. La polémica más reciente la tenemos servida en términos médicos y sociales, cuando se está intentando demostrar que las sustancias deriva-das del cáñamo palian efectos perniciosos de enfermedades tan agresivas y devas-tadoras como el cáncer y la esclerosis, siendo demandada por enfermos y familia-res, pero chocando frontalmente con que es una sustancia ilegal.

La línea divisoria se encuentra entre el uso recreativo y el uso médico de las drogas, frontera que aunque está muy claramente demarcada, puede dar lugar a quebrade-ros de cabeza infructuosos y peligrosos para los índices de consumo en la población más joven. El condicionante que hoy en día tiene la marihuana en nuestro país, es que legalmente no se puede comprar, pero sí que se puede consumir, dado que está despenalizado su consumo particular. Es una incongruencia legal que permite usar la sustancia sin riesgo de ser penalizado, pero sin tener opción a comprarla de una forma regulada. La crudeza de la controversia tiene su epicentro en que se habla en términos absolutos, por lo que los defensores abogan por su total legalización y los detractores por todo lo contrario, cuando existen algunos “grises” por valorar.

No tenemos que irnos muy lejos para encontrar sustancias derivadas del opio que están siendo utilizadas por la industria farmacéutica sin ningún tipo de problema, legal o social, para usos médicos y que, por supuesto, son de probada eficacia para amortiguar el dolor en aquellos casos en los que otros analgésicos se ven ineficaces o, simplemente, para amortiguar los efectos de una tos persistente, con la diferen-cia marcada de que su uso está controlado médicamente para evitar los efectos adictivos que sabemos que pueden acarrear. De una utilización como la descrita a una de libre acceso con objetivos de divertimento va un abismo.

Cualquiera de las sustancias adictivas que circulan legalmente por nuestras calles –alcohol, tabaco- cuentan con porcentajes de consumidores que son realmente alarmantes y hacen que el planteamiento de normalizar otras drogas, como la ma-rihuana, pongan una nota de peligro en nuestro sistema social. Buscar los benefi-cios del principio activo de la marihuana para uso médico es plausible y persegui-ble, pero no en el formato al que usualmente estamos acostumbrados –mediante una “liturgia de consumo”-, sino en forma de medicamento con la regulación perti-nente para ello y siempre que nos cercioremos que en efecto tiene los beneficios que parece tener para algunas enfermedades.

Nos hacen un flaco favor las creencias populares de que algunas drogas son más suaves que otras, cuando la realidad nos habla de que la adicción está presente en unas y otras con igual contundencia. Nuestros jóvenes tienen que saber discernir con total claridad entre lo médicamente adecuado y lo recreativamente peligroso sin entrar en discursos frívolos ni permisivos de falso progresismo social, que lo único que puede producir es una contaminación informativa que desemboque en otro callejón sin salida.


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