Diario: El Mundo
Fecha: 06/04/2002
Palabras clave: Nicotina, Barajas, Trabajadores, Usuarios
Tema: Publicidad
El 'alijo' diario de nicotina en Barajas
La prohibición de fumar en las terminales del aeropuerto es soslayada sistemáticamente día tras día por trabajadores y usuarios
QUICO ALSEDO
MADRID. En principio, Sara Montiel tendría problemas para esperar al hombre que ella quiere en la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas. Y, sin embargo, algo no cuadra. ¿Colillas bajo el cartel de «Prohibido fumar»? ¿Decenas de cigarros humeantes sin un cenicero donde caerse muertos? Secundados por Nunes, un orondo portugués que se dirige a Cuba, encendemos un Marlboro. Una calada. Dos.¿Sospecha él que, dentro de tres meses, a cada uno nos podrían caer 30.050 euros de multa? «¡Noooo!», se lleva las manos a la cabeza, «¡eu teño miedo!», lanza la colilla al suelo.
Desde 1988 no se puede fumar en Barajas. O, mejor dicho, no se debe. Porque el alijo no confiscado a diario es «de aúpa», según Doroteo, recoge-carritos aquí desde 1994: «¡La gente se lo pasa por el forro! ¡Todo el mundo fuma! Ahora ya no es para tanto, pero hace años era para vomitar». Y remacha: «¡Mano dura es lo que hace falta!».
Doroteo está de enhorabuena: el presidente Alberto Ruiz-Gallardón parece ser de la misma opinión. La Comunidad se dispone a sacar, en espacios públicos, la artillería pesada contra los fumadores: de 3.005 a 30.050 euros (entre 500.000 y cinco millones de pesetas) podrá costar la broma según la nueva Ley de Drogodependencias.Pero nunca llueve a gusto de todos.
«Qué bestialidad, cinco millones por echar un pito», se quejan Marta y Gema, que consumen sus Nobel justo al lado de un prohibido.«No nos saques, que trabajamos en el bulevar Aldeasa, pero aquí fumamos casi más los de casa, los que curramos aquí, que los de fuera». Y al hilo del tema, una reivindicación: «Es lógico que se proteja a los no fumadores. Pero, ¿por qué no nos ponen una zona específica para que fumemos los trabajadores?».
Apenas seis carteles
Y es que la prohibición es más bien tácita: sólo seis carteles medio ocultos en una terminal de 250 metros de largo la anuncian.Por supuesto, ninguno visto por Nunes «eu non vi nada, miré pero non vi nada» , ni tampoco por Silvina, la argentina que se dirige a Cádiz con quien proseguimos nuestra redada: «No he visto prohibición alguna, pero sí cómplices. Y yo, donde veo a alguien fumando tranquilamente, me apunto».
Silvina ve el lado positivo de la medida «aunque en principio me perjudique, está claro que finalmente me están haciendo un favor no dejándome fumar» y aprovecha la coyuntura para hacer patria y recordarnos que «en Argentina sí que hay una conciencia cívica, nadie fuma en los aeropuertos».
Otro dato apoya la tesis de la vista gorda: los de seguridad «nunca le llaman la atención a nadie». Lo dice Luis, del servicio de Electrónica del aeropuerto: «En los tres años que llevo aquí, sólo en una ocasión he visto a una chica de facturación llamar la atención a un pasajero». A Luis, pitillo en mano, no le hace la más mínima gracia que le toquemos el tema de la nicotina «acabo de hacer un curso para dejar de fumar y aquí me ves» , pero menos le gusta que le quiten el vicio a multazo limpio: «Eso es americanizar la cuestión, optar por la represión sin más, y ni siquiera creo que sea medianamente eficaz: cuando uno quiere fumar, se las apaña como puede. Mírame a mí».
Y si los vigilantes de seguridad son, en teoría los encargados de llamar la atención al fumador, ¿qué hace L., que trabaja en dicho servicio aunque de paisano, cigarro entre los dedos? «Pues...Bueno... siempre miro si hay alguien alrededor y...».
Para enfrentarse a las nuevas multas previstas, L. elige el estupor: «Eso es una locura». Y quiere justificar sus actividades justo con el argumento contrario al utilizado por Natalia, que factura equipajes en Air Europa. «Este es un sitio abierto, con techo alto», dice él. «Pero si apenas se abren las puertas, es un recinto cerrado de todas todas», esgrime ella.
Natalia tiene muy claro que la pagan «por trabajar» y no por «estropear» su salud, y reconoce haber llamado la atención a un señor que le plantó «un puro asqueroso en las narices». ¿Excesiva la multa? «Tal vez, pero yo no fumo y me raya que los demás lo hagan delante de mí».
El asunto tiene otro fleco: ¿qué mejor sedante, cuando el avión asusta, que un buen cigarro? Que se lo digan si no a Víctor, que sale para Tenerife y asegura que «para vuelos largos» necesita meterse antes «unos cuantos pitillos entre pecho y espalda para aguantar».
Y junto a la puerta del servicio de caballeros, a José y David, de mantenimiento, se les escapa la risa cuando se les cuenta lo que les espera si, allá por junio, siguen fumando en sus descansos.«¡Eso sí que es un puro, ¿eh?!», ríe José. David: «Es como tó.Los que fuman, quieren fumar. Los que no, que no les echen el humo». Y José remata: «Es como tó. Un día, nos meterán en la cárcel, ya verás».
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