Diario: El Tiempo.com
Fecha: 13/10/2002
Palabras clave: Drogas, Coca, Superficie Cultivada
Tema: Drogas
REPRESIÓN / DOS AÑOS DE GUERRA FRONTAL CONTRA LAS DROGAS
La coca viajera
Por primera vez en una década, este año la superficie cultivada parece haber decrecido levemente, pero la planta se ha desplazado a nuevas zonas.
Pasar un domingo a mediodía por 'Putumayito', como le dicen al insólito pueblo de Llorente, en Nariño, es un choque brutal con uno de los efectos menos publicitados del Plan Colombia: la coca, parodiando el célebre principio de conservación de la materia, no se crea ni se destruye; se desplaza.
Nariño es hoy el cuarto departamento cultivador de coca en Colombia y Llorente uno de los sitios más peligrosos del mundo. Con la ofensiva del Plan Colombia contra el Putumayo, miles de nariñenses que migraron a ese departamento con la bonanza cocalera, han tomado el camino inverso, junto a gente de muchas regiones, hacia este nuevo imán del narcotráfico. 'Putumayito': su solo nombre habla del efecto de dos años de guerra frontal contra las drogas. Y es prueba de la fantástica adaptabilidad de una planta a la que el Plan Colombia, hasta ahora, a lo sumo le ha hecho cosquillas.
La nueva vida de Nariño Años atrás, cuando en Urabá rugía la guerra, los 2.000 habitantes del caserío de Llorente, en el municipio de Tumaco, se amodorraban al sol ardiente del Pacífico sin que les pasara por la mente ser víctimas algún día de los horrores que a diario traían los periódicos del otro extremo de la costa. Hoy, durante un fin de semana, toma una hora cruzarlo el pueblo: la calle principal, que es a la vez la carretera de Tumaco a Pasto, está invadida por camionetas cuatro puertas, ventorrillos y centenares de 'raspachines' (recolectores de hoja de coca) de compras. En menos de cuatro años Llorente se volvió un infierno de 20.000 habitantes, prostitutas, cantinas de corridos mexicanos, carnicerías, siete casas de empeño y asesinatos un día sí y otro también.
El miedo y el tétrico humor característicos de las zonas cocaleras se han apoderado de la región, al ritmo en que, expulsados de otras zonas por la fumigación, los llamados cultivos ilícitos vertieron la fuerza volcánica de su violencia, su cultura y su infinito poder corruptor sobre la frágil sociedad local.
Anónima, alguna gente habla. Antes un asesinato en Tumaco era una rareza; ahora, en la salida a Pasto amanecen cadáveres casi a diario. Al lugar le dicen 'Vía España': "aquí llegan los que se van para no volver, como los que emigran a la madre patria", cuenta un taxista.
Cascos urbanos y veredas están divididos por líneas invisibles: Tumaco es de los 'paras'; en Rosario mandan las Farc; en el Alto Mira, por estos días, están matando gente y haciéndola huir en venganza por el último 'cristalizadero' (laboratorio de cocaína) destruido por la Infantería de Marina.
Dos especialistas de una institución local describen sobre un mapa cómo las "tropas fuera de la ley" se han dividido a Nariño: las Farc controlan el piedemonte, el curso de los ríos y los cultivos de coca; el Eln está en algunas zonas de amapola, en la montaña, y los 'paras' tienen las cabeceras municipales, una ancha franja costera y los 'cristalizaderos'. La guerra entre los tres hace estragos.
Llorente es el vórtice, con casi 7.500 hectáreas de coca nueva según datos oficiales (en 1998 eran la décima parte). Un agrónomo local afirma que son muchas más: "a la coca le bastaron dos o tres años para ocupar las mismas 20.000 hectáreas que tomaron a los cultivadores de palma africana 30 años de trabajo".
"Desde aquí, las Farc disparan a las avionetas de fumigación", dice, frente a su casa, un vecino de Llorente que, como varias otras personas, detalla el draconiano control que el Frente 29 de esa guerrilla ejerce allí. La gente de fuera teme venir a este pueblo que patrullan milicianos para quienes todo desconocido es sospechoso, al cual los 'paras' hacen mortíferas incursiones y donde mandan el gatillo y el billete.
Veni, vidi, vinci
Días antes, en una espaciosa sala de juntas de la Presidencia, el asesor de seguridad de Pastrana, Gonzalo de Francisco, a punto de dejar su cargo, daba un parte de victoria: Por primera vez en la historia de la coca en Colombia la superficie cultivada disminuyó de 163.289 hectáreas en el 2000 a 144.807 a fines del 2001. Un total de 18.482 hectáreas menos (11 por ciento de disminución) según las minuciosas cuentas del Simci, un proyecto de cuatro millones de dólares, parcialmente financiado por la Oficina de Control de Drogas de la ONU (UNODCCP), que hace desde 1999 el único censo satelital exhaustivo de los cultivos de coca y responde por las cifras oficiales de los gobiernos colombiano y norteamericano.
Colombia se pasó la década fumigando. En total, 400.000 hectáreas. Pero el cultivo siempre aumentaba, pues narcos y campesinos volvían a sembrar lo suficiente, no sólo para compensar el área perdida, sino para acrecerla. Ahora, cerca de dos años después de iniciado el Plan Colombia y su masiva campaña de represión aérea y en tierra al narcotráfico, de Francisco sostenía que se empezaba a invertir la dinámica, con la fumigación superando a la siembra.
Bogotá y Washington ven en esto una señal premonitoria y comparten la convicción con la que el coronel Jaime Augusto Vera, director de la Policía Antinarcóticos, vela por la vasta empresa de la aspersión aérea: "Quince mil hectáreas de coca al 2006 es la meta del gobierno" (la meta original, más conservadora, del Plan Colombia era reducir las existentes en el 2000 a la mitad en el 2005).
¿Pasar de las actuales 144.000 hectáreas a 15.000 en cuatro años? La respuesta está ligada a los dos problemas más espinosos de la coca: cuánta hay y dónde está.
El negocio ocupa cerca de un quinto de la fuerza laboral del agro, unas 200.000 familias. Se cultiva coca en 23 departamentos. En 105 resguardos indígenas hay 11.790 hectáreas; y otras 5.895 en 16 parques nacionales.
Los ocho ingenieros del Simci que exhiben estos datos son categóricos en cuanto a que son los más confiables y refutan sin vacilar las cifras de la CIA, la cual habla de un aumento de 25.000 hectáreas en los cultivos. Explican que su trabajo es un censo, pues se fotografía con satélite el país entero, en tanto que la CIA hace una extrapolación a partir de una muestra mucho más reducida; dicen, además, que parte de sus mediciones pasa por verificación de campo. "Es la CIA contra el mundo", concluyen.
Como buenos ingenieros, son rigurosos. En un 6 por ciento del área fotografiada las nubes impiden ver qué hay en tierra. Sumando imprecisiones de resolución, el margen de error de sus cálculos es del 10 por ciento. ¿Puede entonces el 11 por ciento de disminución en el cultivo detectado en 2001 caer en ese margen de error? "Sí", contestan. Es imposible, además, tomar las fotografías en un solo momento del año.
No hay datos de regiones montañosas. Lo cual, aparte de no contar amapola y marihuana, introduce imprecisiones más serias, como no contar la zona cafetera. "La Federación de Cafeteros dijo que allí había 18.000 hectáreas de coca. No podemos decir si es cierto o no", reconocen, pese a ser esa la cifra, justamente, de reducción del cultivo en el 2001.
En rigor, el balance oficial debe ser seriamente matizado, al igual que la afirmación de que la superficie de coca disminuyó. Con un agravante: aún aceptando esa baja, Colombia sigue produciendo las mismas 700 toneladas anuales de cocaína pura. A causa, como cree Klaus Nyholm, director de UNODCCP, de un aumento en la productividad por hectárea.
Coca: el primer desplazado
Aún peor, la coca, más que objeto de destrucción, parece estar confirmando su vocación sujeto de migratorio. Fenómeno que los especialistas llaman el 'efecto globo': Como pasó en la región andina con el traslado de los cultivos de Perú y Bolivia a Colombia a mediados de los años 90, cuando se aprieta en un lado, se infla en otro. Llorente será la más categórica pero no es la única prueba de que la coca aspira al puesto de desplazado número uno de Colombia.
Guaviare, el primer departamento cocalero fumigado, vio decrecer dramáticamente sus cultivos mientras en Putumayo aumentaban. Pero entre el 98 y el 2001 la coca regresó, aumentando geométricamente: de 7.000 a 25.553 hectáreas. El coronel Clímaco Torres, subdirector de la Policía Antinarcóticos, ha constatado esta migración en otras partes, además de Llorente y Barbacoas (Nariño): Catatumbo, Arauca, y Chocó, entre otros. Vichada y Guanía están también entre los 14 departamentos donde los cultivos aumentaron en el 2001.
"El mapa de la coca en Colombia está dibujado desde 1994 -dice Aura María Puyana, destacada especialista en cultivos ilícitos que ha asesorado a varios organismos gubernamentales-: 80 por ciento en Guaviare, Caquetá y Putumayo y 20 por ciento en Norte de Santander, Sur de Bolívar y Nariño. Lo que ha cambiado es la distribución entre ellos".
Enarbolando los datos del Simci, Bogotá y Washington aprietan el acelerador, arguyendo que una adecuada combinación de los tres componentes de la estrategia antinarcóticos llevará a una disminución decisiva del cultivo. Según ellos el Plan Colombia aún no ha alcanzado su máximo nivel y es pronto para hacer balances pesimistas o desistir. Erradicación forzosa a través de la aspersión aérea; interdicción, por aire contra las avionetas de la mafia, y en tierra para decomisar químicos y desbaratar redes de narcotraficantes, y acción social, mediante inversión en infraestructura y desarrollo alternativo, es la tríada con la que esperan quebrarle el espinazo al negocio.
Este año se espera pasar de 120.000 hectáreas fumigadas. En unos meses la Policía Antinarcóticos confía haber pasado de sus dos bases móviles de fumigación actuales a cuatro bases fijas, llevando la capacidad a 200.000 hectáreas anuales, para "quebrar" cuanto Llorente aparezca. Adónde se vaya la coca -si se va- con tal de que no se quede en Colombia, al gobierno colombiano no parece preocuparle seriamente. Y para el estadounidense la fórmula es la Iniciativa Andina, el plan de ayuda antinarcóticos a la región.
Entretanto, mientras en Bogotá y Washington quienes diseñaron esta vasta estrategia para hacer la guerra al cultivador de coca en lugar de librarla en la nariz del consumidor intentan convencer de sus bondades, un pueblito perdido del Pacífico colombiano da cuenta, cada domingo a mediodía, con sus putas, sus casas de empeño y sus carnicerías -los negocios que, junto a la muerte, llegan siempre con la coca- de la ferocidad indoblegable con la que esta planta terrible libra su batalla contra el Plan Colombia.
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