A veces suele verse como algo normal que los adolescentes estén en los espacios públicos consumiendo bebidas alcohólicas, o como popularmente se le conoce al acto grupal de practicar dicho ritual social: el “botellón”. Y es que mucho se ha tratado este asunto por parte de las instituciones públicas, pero también se siguen cometiendo los mismos errores. Quizás el que más destaca, son los propios eventos organizados y/o promovidos por los ayuntamientos; ya sean fiestas locales, de interés cultural, festivos nacionales, etc. Pero la presencia de bebidas alcohólicas entres los jóvenes sigue siendo el protagonista de la fiesta.
De manera, que no tiene mucho sentido que los agentes sociales realicen campañas, sensibilicen a los adolescentes, y también a adultos, sobre las posibles consecuencias y peligros que conlleva el consumo de bebidas alcohólicas, si después la mayoría de las fiestas que son autorizadas por los ayuntamientos, no fomentan otra alternativa para que sus eventos vayan adquiriendo un carácter simbólico sin alcohol, o con la menor presencia del consumo de este tipo de drogas.
Pues es aquí, donde la educación social cumple un papel primordial en los centros educativos, en las instituciones y en la calle, porque más allá de una disciplina académica, supone también una perspectiva de ver y hacer ver a la sociedad sobre una manera de reinventarse ante este tipo de eventos festero, y que necesita ser transformado.
Algunos métodos utilizados por los educadores, es partir de una base a través del diálogo, intentando buscar el cauce de acercamiento entre adolescentes y educadores, se establece después un esquema de las posibles conductas por la que los jóvenes se ven atraídos por el consumo de bebidas alcohólicas, y por último, se entra en la fase de una búsqueda de alternativas, entre las que se reconoce que sin alcohol también es posible participar en fiestas, divertirse, compartir charlas y no perjudicar la salud con este tipo de drogas; porque al fin y al cabo la bebidas alcohólicas “afecta a las personas y las sociedades de diferentes maneras, y sus efectos están determinados por el volumen de alcohol consumido, los hábitos de consumo y, en raras ocasiones, la calidad del alcohol” (OMS), debido a los daños que causan en el organismo y la adicción que puede provocar, siendo en muchos casos, la rehabilitación el método terapéutico cuando las primeras intervenciones llegan tarde o han fallado las formas de sensibilizar. Porque sensibilizar es quizás una forma de concienciar a los adolescentes para que conozcan los perjuicios que conlleva este tipo de consumo de bebidas alcohólicas.
Pero para que el educador/a social entre en acción en el campo de trabajo, necesita armarse de algo más que de valor, se necesitan dotes de creencia. Es decir, hay que creer concienzudamente en lo que se va a tratar y en cómo se va a intervenir. El educador/a debe ser un referente en esas otras alternativas, y posicionarse concientemente en la otra parte del alcohol, pero también en las fiestas. Hay que partir de la base de que los adolescentes asistirán a las fiestas, se reunirán con su grupo de amigos, y que las bebidas alcohólicas estarán presentes. Incluso en casos tan particulares, como que muchos padres y madres, ven el consumo de bebidas alcohólicas como algo relacionado con el pase a la edad adulta, y que por lo tanto, como práctica que más tarde o más temprano se iniciaran en el consumo de este tipo.
Esta otra forma de pensar, junto a la dualidad que se presentan en las instituciones públicas, donde en cada fiesta, el consumo de alcohol se naturaliza, supone una perdida de credibilidad por parte de los educadores/as sociales. Pues supone que un/a educador/a tenga que ir contra corriente ante un estilo de vida que forma parte de muchas culturas, llegando incluso a generar ciertas dudas en el trabajo de campo cuando resulta difícil transformar una cultura que durante años, se practica este tipo de de reuniones sociales en muchos lugares del mundo.
Por lo tanto, el trabajo del educador/a social consiste entre otros, concienciar a los padres y madres, juntos a sus adolescentes, sobre los perjuicios que provoca el consumo de alcohol. Y por otra parte, plantearle a las instituciones públicas que organizan las fiestas, la posibilidad de que se lleven a cabo las celebraciones, pero evitando en la medida de lo posible su venta. También crear campañas de choque sobre los efectos que provoca a corto o a la largo plazo, consumir bebidas alcohólicas, a pesar de que los adolescentes se hallen en un entorno donde se propagandice “bajo el amparo” de las correspondientes autorizaciones municipales, un evento organizado con estas características.
El educador/a social, debe plantearse esta exigencia profesional, con la creencia de que cambiar las cosas es posible, y que el consumo de bebidas de alcohólicas, al final, traerá posiblemente consecuencias negativas para el propio individuo y quizás para su familia. Pero también se trata de un problema social porque al estar el sujeto entramado en la vida social con sus semejantes, sus consecuencias repercutirán con sus adicciones, pensamientos, etc., en la vida social en la que todos/as nos hallamos envueltos.
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