El otro día tropecé con un buen amigo al que hacía algún tiempo que no veía y ante los rigores del calor veraniego decidimos tomar un refresco en una cafetería con el ansiado aire acondicionado, que nos permitiera respirar un poco y charlar sin agobios. La conversación, aunque interesante, no es el motivo de mi reflexión, sino mi sorpresa al ver por primera vez un paquete de tabaco con las nuevas leyendas encajadas en una esquela de tipo mortuorio que mi amigo Juan se había entretenido en tachar con un rotulador, por lo que únicamente se veía una gran mancha negra en el paquete. Por supuesto no pude resistirme y le pregunté por tan rara afición. La respuesta fue resueltamente convincente, le molestaba extremadamente tener que leer cada vez que se encendía un cigarrillo: “Fumar puede matar” –fondo blanco, letras negras y recuadro negro, en proporciones claramente legibles desde larga distancia-, además, añadió que también le incordiaba que los demás pudieran leer esas frases y llegaran a la conclusión de que era un suicida en potencia.
Hasta ese momento no había caído en la cuenta de que una medida normativa como imponer este tipo de leyendas en las cajetillas de tabaco pudiera calar tan hondo en los fumadores, hasta el punto de generarles, además de miedo, vergüenza. He sentido la inclinación de observar desde entonces a los fumadores y he de reconocer que la actitud de Juan ante esta nueva modalidad de castigo al fumador, no es para nada de carácter individual. He podido recoger comportamientos de muchos y variados tipos, desde el que tapa sistemáticamente la inscripción del paquete con el encendedor o cualquier objeto que tenga a mano, hasta los que vuelven a usar las manidas pitilleras, pasando por los que nunca tienen el tabaco a la vista, simplemente lo sacan del bolsillo o del bolso cada vez que quieren fumar. No hay que olvidar que todavía son pocas las marcas de tabaco que han instaurado esta medida –hasta el próximo uno octubre no será de obligado cumplimiento para todos-, por lo que la mayoría de ellas aún continúan con las antiguas leyendas que pasaban prácticamente desapercibidas, cuestión que hace más difícil corroborar mi teoría.
Como era de esperar, las compañías tabaqueras se han puesto en marcha para intentar contrarrestar los efectos perniciosos de los rótulos en sus usuarios, incluyendo a los potenciales, así como sustituir mediante fórmulas diferentes la prohibición de denominar “light”, “low”, “mild”, ... a los cigarrillos suaves, una vez que la industria tabaquera tiene más que convencidos a sus adeptos de que son menos dañinos para la salud, hecho este que dista mucho de la realidad. Para ello buscan denodadamente “embellecer” los paquetes y darle un sentido a los colores de los mimos, de ese modo se aseguran de que los clientes sabrán discernir por los colores cuál es el tabaco “suave” del normal. Algunas marcas van más allá y se han preocupado de asociar la palabra “light” a otra no prohibida para que puedan ser identificadas y asociadas de ahora en adelante.
Hemos entrado en una guerra sin cuartel, donde el único perjudicado sigue siendo el usuario -el sufrido fumador- al que primero convencen para que use el tabaco, después lo acribillan a leyendas asegurándole una corta vida, o al menos, una vida sin futuro sano y, todo ello, con el consentimiento de los que advierten pero no son capaces de erradicar con medidas cautelares mucho más potentes que unas simples restricciones publicitarias y unas obligadas inscripciones ostentosas y amenazantes que aterroricen y avergüencen al personal.
Lo realmente increíble es que se permita el libre comercio de productos que son resueltamente dañinos para la salud y se advierta por parte de las autoridades sanitarias que tienen peligro de muerte, aunque no deja de ser un eufemismo más el introducir la palabra “puede” en lugar de aseverar lo que está científicamente demostrado: “Fumar mata”. En otras palabras, se puede vender veneno para consumo humano con el consentimiento gubernativo, eso sí, siempre y cuando se advierta de que lo que estamos vendiendo es veneno.
Pero todos aquellos que entraron y siguen entrando en el “ritual” de fumar, arrastrados por vehementes pensamientos de sentirse bien, ser diferentes, sentirse más maduros, ser aventureros, matar el rato, sentir curiosidad y/o dejarse llevar por los demás, se encuentran atrapados en la encrucijada de ser adictos al tabaco y sufrir cada día más el peso del miedo, y la vergüenza de ser unos potenciales suicidas.
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