Siempre se ha pensado que la libertad de una persona acaba donde empieza la de otra, pero el problema está en saber con certeza cuáles son los límites reales de ambas libertades. Erich Fromm en “El Miedo a la Libertad” ya aseveraba que “todos son completamente libres, siempre que no interfieran con los derechos legítimos de los demás”.
En nuestra sociedad de consumo se ha instaurado un modelo de invasión de libertades que comienza a marcar estilos muy sutiles de promoción, lejos de las antiguas estrategias publicitarias que se enmarcaban únicamente en reflejos de la propia estructura social, con la elaboración de anuncios que comparaban tus compras con las de otras personas de tu entorno, para convencerte de que los demás conseguían mejores artículos, con el único fin de que cambiaras de producto. Indudablemente las sutilezas del modelo publicitario hacen mella en las poblaciones más vulnerables que, sin duda, recaen en los jóvenes, que reciben gran cantidad de mensajes de consumo lanzados de una forma indiscriminada y asociados a las más atractivas escenas imaginables. No me negarán, que asociar consumo y deporte –sigue siendo una práctica común escuchar en el fragor del partido de fútbol o cuando marcan un gol, esa coletilla publicitaria de “fume puritos ... o beba coñac...”- o descanso y consumo –recurriendo a situaciones de abundante sed, playa, calor, diversión y cerveza- pueden ser claros ejemplos de inducción para mayores y pequeños. Esas promociones suelen ir acompañadas, o no, de sus respectivas advertencias legales: “fumar perjudica seriamente su salud” o “beba con moderación, es su responsabilidad”, pero indudablemente la función inductora ya la han cubierto y el mensaje de peligro pasa desapercibido al venir de la mano de una “autoridad anónima”.
Otros sistemas de apología del consumo mucho más contundentes los encontramos en formatos de divulgación como el folleto informativo, el cómic o la revista, a los que nuestros jóvenes están muy habituados. Algunos de estos soportes no tienen ningún pudor en lanzar afirmaciones tan claras como: “utilizar el cannabis con sabiduría podría ser el vehículo más confortante y menos peligroso para alcanzar una placentera ebriedad” o, esta otra, “tomar drogas puede ser una experiencia atractiva y agradable...”; retazos extraídos de una asociación manchega que persigue el levantamiento de las prohibiciones del consumo de todo tipo de drogas.
La fórmula más novedosa y que se ha establecido por toda la geografía española, son las tiendas especializadas en la “cultura del cannabis” y otras lindezas semejantes, que hacen las delicias de los más intrépidos a la hora de bordear la ley y saborear las mieles de lo pseudo-mágico comprando productos que simulan los efectos de sustancias que, por prohibidas, no son susceptibles de adquirirse de una forma legal. Bien pueden servir estas “píldoras” como demostración de su propaganda: “Twister: éxtasis natural y fuerza sexual”; “Kriptonita: embriaguez, fuerte estimulante similar a la anfetamina”; “Exiter: posiblemente el éxtasis más potente del mercado”. Con estos enunciados la resistencia a la compra se hace francamente difícil y, además, sin peligro de ser detenido por su uso y disfrute.
Una de las últimas incorporaciones a la apología en su estado más puro, la podemos encontrar en muchos de los programas basura televisivos, que a unos espantan y a otros embaucan, en los que tropezamos con toda una serie de “famosillos” que consiguen calar hondo en los corazones de nuestros jóvenes, hasta el punto de conseguir erijirse en ídolos y modelos a imitar. Podemos asistir estupefactos, día sí y día también, a toda una retahíla de verbalizaciones de muchos de estos famosos, alardeando y presumiendo de consumir una gran variedad de sustancias (coca, alcohol, tabaco, ...), todo eso en el mejor de los casos, cuando no los vemos en sospechosa actitud de estar un poco “pasados de rosca” en vivo y en directo. Algunos de los programas de televisión han incorporado el sistema interactivo de correo electrónico en los que vemos pasar, uno tras otro, apoyos entusiastas al personaje de turno, animándolo y jaleándolo para que siga en esa misma línea, con lo que se convierte finalmente en una doble apología.
Contamos con muchos canales de entrada y pocos de salida, lo que enturbia la acción preventiva en la población joven que, de alguna forma, ven ensalzados los valores que tienen mayor relación con el consumo y singularmente en los que se dirigen a sustancias de alta adicción. Hacer apología es fácil, ya sea con intención o sin ella, pero lo más alarmante es, sin duda ninguna, que sus efectos son devastadores.
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