Nada tan sencillo como acercarse a la farmacia de la esquina y comprar un medicamento, sin receta médica, de los que no tienen ningún tipo de problema legal para su adquisición, como un analgésico, un jarabe para la tos, un laxante o un antimicótico; con alguna artima-ña se podría llegar, incluso, a un relajante muscular o un ansiolítico suave sin demasiadas dificultades. Lo que si es imposible es conseguir un antidepresivo o un barbitúrico sin pre-sentar la receta y el documento de identidad. Para entrar en ese otro mundo hay que azuzar el ingenio y zambullirse en el mercado negro, recurriendo a la falsificación de recetas o a la compra de medicamentos o drogas ilegales sin ninguna garantía de calidad, es decir, que le puedan dar a usted gato por liebre y estar vendiéndole una anfetamina cuando en realidad lo que está adquiriendo es una simple cápsula rellena de no se sabe qué. Pero el mercadeo de sustancias ilegales ha ampliado fronteras y rebasado todas las expectativas que hace años atrás no se podían ni imaginar y todo gracias a un sistema de comunicación infalible y alta-mente incontrolable como es Internet. Estamos pasando del “camello” callejero al “ciber-camello” que impunemente traspasa fronteras y llega a tu casa de la manera más rápida y limpia.
La realidad cibernética nos acerca a una amplia gama de posibilidades, donde las acciones ilegales tienen tanto peso como las legales y, sobre todo, están al alcance de cualquiera que cuente con un ordenador y una conexión telefónica a la red; el último de los requisitos para ser un comprador en potencia es contar con una tarjeta de crédito. Las farmacias “on-line” sin licencia se suelen publicitar, sin disimulos, mediante los llamados correos basura (en inglés “junk-mail” o “spam”), una forma ampliamente utilizada para poder alcanzar un nú-mero ingente de usuarios de correos sin su permiso previo y la certeza de que inundando la red con ellos se llegará a millones de internautas que de otra forma no tendrían conocimien-to de su existencia.
En estos días estamos siendo advertidos, nuevamente, de los peligros por la Junta Interna-cional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), organismo dependiente de la ONU, que en su informe anual insiste en la cantidad de productos ilegales que circulan por la red de redes, sin que tengamos la previsión de poner parapetos legales a estos mercenarios de la salud. Hemos asistido de una forma impasible, a muchas noticias que contenían la compra por Internet de medicamentos por parte de jóvenes, con resultado final de muerte por la ingestión de un cóctel venenoso, cuando estaban buscando con las mezclas un estado de supuesta felicidad envasada. Los adolescentes, en su incesante inquietud por romper las rutinas, llegan a mezclar sustancias como el valium, la morfina y algún analgésico, creyendo que tendrán un viaje astral maravilloso y se tropiezan con la muerte.
En España, el uso de las nuevas tecnologías para el trapicheo con sustancias adictivas, es aún muy pequeño si lo comparamos con países como Canadá o Estados Unidos, donde más del 18% de las compras de medicamentos se realizan por este sistema. Concretamente en Europa no alcanza el 3% de la comercialización, lo que nos da una idea de que aún estamos a tiempo de poner remedios eficaces.
Debemos de tener muy claro que las medidas de vigilancia no pueden ser únicamente res-ponsabilidad de los gobiernos, para que regulen esta transacción mercantil mediante leyes que protejan objetivamente a los consumidores, sino que además todos debemos de estar alerta para intentar denunciar y salvaguardar los intereses de los que tenemos a nuestro cargo y que son objetivo asegurado para estos desalmados. La venta de venenos por la red es una forma más de alterar nuestro ritmo de vida cotidiano, activando las alertas en casa y poniendo las barreras necesarias para que los más jóvenes sean conscientes de los riesgos que corren con sus incursiones por Internet. Una cosa más a sumar a las muchas que tene-mos en nuestra lista educativa. No bajemos la guardia.
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