Diario: El País
Fecha: 23/04/2002
Palabras clave: Heroína, Toxicómanos, Medicamento
Tema: Heroína
MIGUEL MARSET
PSIQUIATRA Y DIRECTOR DEL PROGRAMA SUIZO DE DISPENSACIÓN DE HEROÍNA
'Con la droga hay que dejar atrás los prejuicios ideológicos'
El médico Miguel Marset (Albacete, 1960), dirige desde 1995 el programa suizo de dispensación de heroína a toxicómanos. El año pasado preparó en Sevilla el ensayo de la Junta de Andalucía que ha aprobado el Ministerio de Sanidad. Marset, que fue médico rural en los Picos de Europa y llegó a Suiza en 1992 para especializarse en psiquiatría, considera que la heroína es un medicamento. 'Con la heroína hay que dejar atrás los prejuicios ideológicos, éticos y religiosos', asegura. Defiende el éxito del programa helvético que ahora se exporta a Andalucía. La entrevista se realizó por teléfono.
Pregunta. ¿Es aplicable el programa suizo a España?
Respuesta. ¿Por qué no? Hay mucho interés y el tratamiento con metadona está muy extendido, aunque es necesario un consenso, un gran consenso para evitar bloqueos y sabotajes que nada tienen que ver con la ciencia.
P. ¿Los bloqueos explican los más de cuatro años que ha tardado el programa andaluz?
R. El hecho de necesitar cuatro años no se explica si no es desde el desacuerdo. El Plan Nacional sobre Drogas tiene derecho a pensar que esto no funciona. La prudencia es virtud, aunque otra cosa es estar años para lo que se puede discutir en meses. Desde que se pensó hasta ahora, muchos consumidores habrán derivado hacia la cocaína o el éxtasis. Como sigamos tardando, el programa puede servir de poco.
'La curación puede ser la mejora de la calidad de vida, la abstinencia para todos es un error'
P. ¿Cuáles han sido las mayores pegas de la iniciativa andaluza?
R. Me ha chocado la exigencia del Plan Nacional sobre Drogas de que había que hacer un ensayo perfecto, porque los heroinómanos son de muy difícil manejo. Si se empiezan a poner pegas, se puede comprometer la viabilidad del ensayo. Siempre va a haber problemas metodológicos.
P. ¿En Suiza no hubo pegas?
R. La Organización Mundial de la Salud criticó la metodología, aunque aceptó la mejora de los pacientes. Y la criticó entre otras cosas porque no pudimos establecer un grupo de control con el que comparar los resultados. Todos abandonaban porque las condiciones en el tratamiento de la heroína eran siempre mejores. Aun así, seguimos adelante y los resultados han sido muy positivos. Comenzamos con drogadictos que habían fracasado al menos dos veces en programas de deshabituación y con más de dos años de adicción.
P. ¿Cuáles han sido los resultados?
R. Desde enero de 1994 hasta enero de 2000 tratamos a 1.700 heroinómanos de los 30.000 que hay en Suiza. Fracasaron 110, lograron la abstinencia 136, y 164 pasaron a la metadona. El resto siguió en tratamiento con heroína. No administramos heroína de forma aislada, sino con ayuda médica y social. El fin del tratamiento no es la abstinencia. Si llega, bien, pero la meta es recuperar a los adictos, reinsertarlos progresivamente. Muchos tendrán que tomar heroína de por vida.
P. ¿Cómo comenzó?
R. En Suiza se prescriben opiáceos como la metadona desde 1972. En 1986 abrieron en Zúrich y Berna las primeras narcosalas. No cuestionamos que la prescripción de antagonistas da buenos resultados, pero siempre hay grupos refractarios a los tratamientos. A este grupo se pensó darle heroína. La iniciativa comenzó en Zúrich en 1994, de forma experimental. Como se vio que funcionaba, en 1998 hubo que cambiar la ley para pasar del ensayo experimental al programa, porque dispensar la heroína era ilegal. Dentro de unos meses, la heroína estará en el vademecum suizo. Es una sustancia muy conocida, no inventamos nada.
P. ¿Por qué Suiza?
R. Porque intentó abordar el problema de la drogadicción desde un punto de vista social y sanitario. A principio de los años noventa las autoridades permitieron la existencia de plazas y parques donde los heroinómanos se reunían espontáneamente. Fue un fracaso tremendo, algo imposible de controlar social y policialmente. Pero tuvo algo bueno: hizo visible el problema. Sería lo mismo que si en el Paseo del Prado, frente al Ministerio de Sanidad, hubiera todos los días 2.000 heroinómanos.
P. En Holanda también hay otro ensayo parecido, ¿es este el futuro de los tratamientos?
R. En la mayoría de Europa Occidental, sí, se va en esta dirección. Pero no basta con dar sólo heroína. Los planes de heroína no reemplazan a las salas de venopunción, que tienen que existir. Hay gente, la más irreductible, que no está preparada para cambiar, para meterse en un programa de heroína. Y eso que he conocido a pocos que estén contentos, la mayoría no quiere los problemas que tiene, ni para sí, ni para los que les rodean. Para éstos, un paso anterior es ir a la sala de inyección a pincharse, a tener información, a no intercambiar jeringuillas...
P. En España hubo rechazo cuando se montaron las narcosalas, ¿y en Suiza?
R. Suiza es un país muy conservador, no es que esté a la vanguardia social, y sin embargo ha decidido abordar el problema desde el punto de vista de la salud pública y no desde la moralidad. Cuando inauguramos una sala, acude desde el ministro de Sanidad hasta las asociaciones de vecinos.
P. En Las Barranquillas, el mayor supermercado de heroína de Madrid, hay adictos de 50, y hasta 60 años con 30 de consumo de heroína, ¿se puede esperar que esa gente salga?
R. Esa gente forma parte del grupo de pacientes a los que habría que tratar con heroína. No es heroína compasiva, como algunos dicen, sino que cada paciente necesita distintas dosis de medicamento, distintos objetivos. Mucha gente que hay ahí podría beneficiarse.
P. Habla de la heroína como medicamento.
R. Absolutamente. Como medicamento que permite cambiar. Cambiar significa recuperar la dignidad perdida, cambiar de hábito y de actitud. Yo he visto en poblados como Las Barranquillas situaciones que rozaban lo inhumano.
P. La gran mayoría de los delitos tienen relación con las drogas, muchos presos son heroinómanos ¿qué le sugiere?
R. Esto nos lleva a la mejora de la delincuencia con la dispensación de heroína. En nuestro estudio, el 70% de los heroinómanos ejercía la prostitución o la delincuencia a pequeña escala cuando comenzó. Al año, sólo el 10% seguía delinquiendo. Y además, uno de los mejores lugares para administrar heroína sería la cárcel. Es un momento en el que el drogadicto detiene el remolino que es su vida, en el que se puede tranquilizar y pensar un poco, reflexionar para encontrar lo que busca en la heroína.
P. ¿Qué es lo que busca?
R. Lejos de lo que siempre se dice, que es un suicidio lento o una ceremonia de autodestrucción, la heroína supone una tentativa de sobrevivir, de tirar para adelante. Yo he conocido a muy pocos suicidas entre los heroinómanos. Es necesario hablar de placer, porque es lo que busca y lo que siente un heroinómano. Hay que integrar ese placer dentro de la terapia. Aceptar su placer, porque eso significa aceptarle a él mismo.
P. En Andalucía dicen que el programa andaluz es mejor que el suizo.
R. Yo comprendo que a Andalucía le interesa venderlo por las reticencias que ha habido, pero hay que tener cuidado. El diseño sí es mejor, pero es que se ha hecho teniendo en cuenta lo que se hizo mal en Suiza. No hay que marcarse objetivos ni vender expectativas demasiado elevadas. A todos los que hacen el estudio les va mal, muy mal. Si se mejora la calidad de vida de algunos, aunque no sea ni el 100% ni el 80%, ya es un éxito.
P. Investigadores de la Universidad de California siguieron a heroinómanos durante 33 años. Al terminar, un 49% había muerto y un 21% seguía con la heroína. El estudio concluye: 'Los tratamientos basados en la abstinencia sólo conducirán a la frustración y al fracaso'. ¿Está de acuerdo?
R. La abstinencia para todo el mundo es un error. Para el que lo consigue es un éxito, pero para el que fracasa es un error. La curación existe y no existe. La curación puede ser la mejora de la calidad de vida. Depende del objetivo que uno se fije. Si uno fija la abstinencia, lo normal es que fracase.
P. ¿Es partidario de la legalización de las drogas?
R. No, si no se dan las condiciones de prevención. Si se legaliza, está comprobado que aumenta el consumo. Y ahora mismo no se dan los mecanismos de prevención. Del año que pasé en Sevilla me impactó, sobre todo, el botellón. Es algo que cuestiona todo el trabajo hecho hasta ahora. No es mi campo, pero falta educación en salud pública.