Diario: El Mundo
Fecha: 24/06/2002
Palabras clave: Cocaína, Consumidor, Dosis
Tema: Cocaína
Las «casas francas» de la droga
Un consumidor habitual de cocaína narra su periplo para conseguir su dosis diaria
AMADOR GUALLAR
Están abiertas las 24 horas del día, 365 días al año. Su ubicación sólo se conoce de boca en boca y es exclusiva de los consumidores habituales. Son las «casas francas» de la droga, pisos donde se vende cocaína a quien dispone del dinero suficiente.
Las recientes muertes relacionadas con el consumo de éxtasis y éxtasis líquido, han retratado una vez más la figura del camello que va de fiesta en fiesta haciendo negocio. Pero ésta no es la única vía para comprar droga.
En declaraciones a este periódico, un consumidor habitual de cocaína nos conduce por su periplo para comprar la dosis, denunciado así la existencia de estas «casas francas» en las que, «como en un Seven Eleven», según afirma, «es posible comprar droga».
N.C, que prefiere esconderse tras estas iniciales por temor a represalias, oriundo de Barcelona, de mediana edad y con un poder adquisitivo alto, conduce su coche hasta el barrio barcelonés de Zona Franca. Aparca en doble fila al final de una calle estrecha, silenciosa, bastante sombría, y baja de su vehículo.
A su izquierda, un yonqui lo observa atentamente, pero a N.C.no le importa, camina unos metros y se dirige a un portal que está completamente a oscuras.
En el portal, un hombre de complexión más que fuerte, se aparta de la puerta sin mediar palabra, pero controlándolo con la mirada.N.C. acciona el botón del interfono, nadie contesta pero él dice «las palabras mágicas», la contraseña. Arriba, alguien acciona el botón de apertura y la puerta se abre. Entra y sube por las escaleras, saca el dinero exacto para comprar un gramo de cocaína, 60 euros, lo dobla, y lo esconde en su mano.
Cuando llega al piso, se dirige a la puerta en cuestión. En el apartamento de al lado, la puerta está abierta y dos niños juegan, alegres, entrando y saliendo, ajenos a la escena. N.C. llama al timbre, pasan unos segundos, y una ventanilla hecha a mano en la parte superior de la puerta semejante a la de las farmacias de guardia, se abre.
La conversación es corta: «¿cuánto?», pregunta un individuo al que apenas ve y del que sólo puede distinguir los ojos. «Un gramo», responde N.C., y rápidamente le pasa el dinero exacto por la abertura. Esta se cierra y N.C. espera.
La ventanilla vuelve a abrirse y el mismo individuo le extiende dos pequeñas bolsitas, cada una con medio gramo, de plástico azul quemadas en el extremo superior para que el contenido no pueda perderse. Los niños siguen jugando y, del piso de arriba, baja por las escaleras una mujer de mediana edad que ni siquiera hace ademán de ver lo que está pasando; simplemente obvia el cuadro.
N.C. se guarda las bolsitas en el bolsillo sin tan siquiera mirarlas.Se da la vuelta y se dispone a bajar. Cuando sale el tipo de la puerta sigue ahí. Esta vez no lo mira. N.C. se dirige hacia su vehículo y ve que el yonqui tampoco se ha movido de donde estaba. Entra en su coche, arranca, gira hacia la izquierda y se marcha. Así de fácil.
N.C. cuenta que si no hubiese tenido suerte, si esta «casa franca» hubiese estado cerrada, no pasaría nada porque conoce dos casas más adonde ir. «Casas donde no importa la edad que tengas, ni la hora, ni el día, lo importante es tener el dinero, que es lo que cuenta».